¡Niña, estate en lo que estás!, gritaba mi madre bajándome de una voz de mi nube, al pillarme perdida en ensoñaciones, en vez de mover con brío el estropajo, repasar con la plancha, o cualquiera otra tarea mecánica de la que me abstraía.
Reaccionaba, y ya me centraba en lo que estuviera haciendo, aunque no me duraba mucho. La tenía frita, a la pobre. Ya contaré más de ella, era un pozo de sentido común y me dejó grabadas unas cuantas frases como la de hoy. Aunque la forma gramaticalmente correcta es la del encabezado, mi madre, que fue poco a la escuela, lo decía así, y así me viene a la cabeza, con la contundencia de ese grito, cada vez que escucho o leo la palabra «mindfulness», o para ser más exacta, cada vez, y no son pocas, que leo la palabra en medio de un texto escrito en castellano.
Su significado, por si hay alguien que aún no lo sepa, es atención plena, sería la definición más corta, o atención consciente al momento presente, como ejercicio deliberado en un momento concreto, o más bien como una actitud general.
Prestar atención de manera consciente a la experiencia del momento presente con interés, curiosidad y aceptación, prestar atención de manera intencional al momento presente sin juzgar, son otras definiciones que me gustan.
Nada podría añadir sobre esto que no esté ya desarrollado en infinidad de páginas y escritos; como es propio de nuestra época, sólo hay que hacer una búsqueda más o menos afinada en internet. Incluso hay todo tipo de cursos, masters, y enseñanzas bajo este nombre.
Recuerdo cómo al hablar de esto con uno de mis pacientes, cuya ansiedad le amargaba por momentos una vida por lo demás muy plena, ese «estar en lo que estás», le resultaba muy gráfico y práctico para acordarse de usarlo con frecuencia.
A menudo, el recuerdo de lo malo pasado puede provocar ansiedad, así como el anticipar lo que se teme, y una de las formas de atenuarla es hacer el pequeño pero útil ejercicio de pararse un momento a ver dónde estamos, a notar lo que nos llega a través de nuestros sentidos, como una forma de centrarnos en lo tangible de nuestro cuerpo, que se nos olvida cuando le damos tantas vueltas a la cabeza, anclándonos así a la realidad que vivimos, y recuperar la calma.
Me ha vuelto a pasar; mientras cocinaba pensaba en lo que iba a escribir en vez de estar a lo que estaba, atenta al cuchillo, por ejemplo, y ahora tengo un corte en el pulgar. Me acuerdo de mi madre, claro.



